lunes, 19 de enero de 2009

Las escondidas


El estar en Florencia, mi pueblo, trajo muchos recuerdos e historias que estaban dormidos en mi memoria.
De niña tenía un mejor amigo Tomás, quien tenía unos 10 años más que yo.
Fue él quien me incursionó por los caminos de la lectura; mi memoria no es de las más pródigas, pero aseguro que fue él quien me contó una de las mejores historias que no se quien ni cuando la escribieron, pero decía así:
El séptimo día, luego de haber creado todo lo que se conoce en esta tierra, Dios se acostó a descansar.
Aprovechando la belleza del mundo y que el Todopoderoso dormía profundamente, todos los sentimientos se reunieron en uno de los jardines de América.
La picardía, tan ocurrente como siempre, propuso a los demás jugar a las escondidas y luego de un ta-te-ti el entusiasmo comenzó la cuenta de 100.
-1, 2, 3, 4...
Todos corrieron y encontraron un lugar cómodo y seguro donde esconderse.
La alegría encontró una colonia de coloridas mariposas que volaban llenas de libertad y se les unió. La tempestad miró al cielo y eligió las nubes negras. La pasión encontró un agujero en medio de las montañas donde podría ingresar con su calor sin herir a nadie y allí nació el volcán. El odio se metió en las mas altas y húmedas copas de los árboles. La grandeza en las cataratas. La tristeza se volcó en las ramas de los sauces, donde desde allí observaba a la nostalgia dentro de un estanque.
El entusiasmo contaba frenéticamente, 74,75, 76. Y el amor, la pereza, la indecisión y el dolor todavía no encontraban donde esconderse.
El amor tomó prestado un poco del coraje y hechó de su lado a la indecisión, pues no lo dejaba pensar claramente y comenzó a caminar por el sendero.
A lo lejos escuchaba 85,86, 87 entró a correr mirando a todos lados, hasta que divisó el rosal carmesí más bello que había visto. Con paciencia ingresó en él hasta que se sintió cómodo y quedo muy calladito.
Entre tanto la locura, alocada como siempre, corría de un lado a otro, agarrándose los pelos y gritando “¡Va en 94, 95, 96 no sé por qué por qué!”. Vio el rosal y como una flecha fue directo a esconderse.
-hhaaaiiii, hhhaaaiiii- se escuchó un grito desgarrador y llanto de dolor.
Era el amor, quien estaba tan tranquilo que no se dio cuenta que la locura ingresó al rosal, ella lo empujó, él perdió el control trastabillo y calló sobre las espinas pinchándose los ojos.
La locura se sintió tan mal y culpable que no sabía como pedirle perdón y prometió estar a su lado siempre.
Y es así amigos míos, que desde el séptimo, el amor es ciego y la locura su lazarillo.