domingo, 26 de abril de 2009

Pecados capitales. Cap II




Esa mañana estaba gris, toda la noche había llovido y los charcos de agua en los cordones de la vereda no paraban de moverse por el viento incesante.Maria Elena miró por la ventana, ató su larga melena con una prensa, observo la foto de su familia que estaba en la mesa de luz, lagrimeo un poco y salió de su casa.
Llegó hasta Av. Uruguay y Lima. Era una casita antigua pero bien cuidada, unas cuantas flores y plantas en el jardín y un inmenso portón de rejas blancas. Dudó por unos segundos, suspiró y rogó a Dios que todo salga bien.Tocó el timbre dos veces y desde el fondo de un pasillo, divisó un hombre de aspecto muy robusto, le calculó unos 50 años. Él abrió la puerta y dijo: “¿Ya tiene su turno?”. Maria Elena asintió con la cabeza y pasó con camino lento.
Había olor a matecocido en toda la casa, era una olla llena de agua hirviendo con yerba y peperina, luego le explicaron que eso era para despistar, ya que ese precario hospital, era una simple casa de una viejita que vivía en el lugar hace ya muchos años.
"La viejita" la miró con sus fríos ojos vendados de alquitrány a secas dijo:“¿tenés la plata? bueno ahora vas a tener que esperar unos minutos”.
La sala de espera era un viejo living con mesa de madera, plantas artificiales y dos mujeres jóvenes sentadas en los inmundos sillones, también esperando.
La hora y media de espera se fué entre Credos y pésames, llorando y en su llanto pidiéndole a Dios que la entienda.
La puerta se abrió, una cuarentona la guió por un largo pasillo, le dio una toalla y le solicitó que se higienice, luego –le dijo- debes pasar por la puerta negra, allí te estará esperando Angelita… (Angelita, paradójico nombre para terrible mounstro)
Su cabeza daba vueltas, sus pies estaban cada vez más pesados. Sentía desvanecer, ¿pero que podía hacer? "La decisión está tomada" se dijo y cruzó aquella puerta.
Una vez en la camilla, y sin ningún tipo de prueba, la misma "obstetra" se trasformó en anestesista y le suministró la droga.
Entre el efecto del químico y su desesperación Maria Elena se fue de viaje al lugar mas frío y delirante que jamás pudo imaginar. Media hora más tarde comenzó a recobrar el conocimiento. Escuchaba a Angelita hablar con “otra enfermera” sobre los australes que había encontrado en unas sabanas añejas dentro de su placard, escuchó hablar de “la putita anterior” que se había metido no sé cuantas pastillas para abortar y no le quedó mas remedio que recurrir a lo seguro.
El asco que sintió por esa horrible mujer no fue mas grande que el dolor que comenzó a sentir entre sus piernas y entre lágrimas pedía casi a gritos (con su débil voz anestesiada) que terminen esta maldita tortura de una vez.
La respuesta fue sencilla: “callate pendeja, tengo vecinos y la cana me pisa los talones, si seguís gritando te dejo restos adentro para que te pudras”.
Luego de los más aberrantes 53 minutos, la obstetra puso un caramelo de miel en los labios de Marie, le ordenó que lo coma y que se acueste en la cama de la habitación de atrás por media hora. "No importa si te baja la presión o si estas mal, si en media hora no te vas de acá por tus medios, Horacio te saca por la fuerza y te tira por ahí", dijo en un tono seco.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, pálida como una hoja de papel encerado y un intenso dolor en los ovarios, media hora mas tarde Marie se encontraba arriba de un taxi, indicando la dirección de su domicilio.
Al terminar de subir las odiosas escaleras de su denigrante edificio, abrió la puerta de su departamento, hizo cinco pasos y se desplomó sobre la cama marinera. Fueron en total 25 las horas que durmió, pero al abrir sus ojos se dió cuenta que prefería seguir en ese mundo onírico que volver a su puta realidad.